En noviembre del año pasado mi mamá se enfermó. Un trombo o coágulo de sangre se atascó en una vena cerca de su cerebro y obstruyó la irrigación haciéndola perder el conocimiento. Un accidente vascular o una trombosis, que le llaman. Cuando despertó no podía moverse ni hablar. Era un sábado en la tarde cuando recibí una llamada telefónica de una prima que me puso al corriente. Estaba atardeciendo y caché que había llegado el tiempo en el que venía pensando desde hace rato. Al día siguiente me fui temprano a Rancagua, esa ciudad de mierda que me carga y que mi amigo Chopa adora, cada uno de los dos con sus propias razones. Yo tuve que bancármela casi 20 años.
Desde entonces he estado lo más cerca de ella que he podido y he ido a visitarla regularmente cada quince días. El primer mes y medio fui todas las semanas y me quedaba varios días. El destino quiso que una tía muy querida y una prima que ha resultado ser un ángel se han hecho cargo de ella, pues ya no puede estar sola y traermela a donde yo vivo sería ponerla en una situación muy incómoda, a ella, que nunca quiso salir de su casa. Abandoné la idea de estudiar en el extranjero, pues no podría irme por mucho tiempo dejándola. Y no es tanto por echarla de menos como por sentir que es mi responsabilidad, o al menos sé que ella no habría hecho menos si yo hubiese estado en su situación. Se recuperó bastante, pero nunca más será la misma. Su brazo derecho quedó inutilizado y perdió la capacidad de hablar. Transmite caleta, igual, pero no se le entiende nada. Habla en una jerga silábica-vocálica onda "Tototatetototototutoto...", y hay que tratar de cachar qué onda. En compensación su humor mejoró y está más alegre, como más distendida, ella que era más dura que palta de supermercado... También (no sé por qué) no quiso teñirse más el pelo ni arreglarse, como si hubiera dicho como en la canción del Álvaro Henríquez "alashushesumaaaa...". Al menos ya controla esfínteres, que es una gran cosa, y anda en la suya, ordenando cosas, pone la mesa y come y va al baño sola. Pero ya no es independiente. Tuvo que irse a vivir con mi tía en un departamento chiquito, y nuestra casa quedó habitada solo por los arrendatarios de las piezas sobrantes, que igual son de confianza y la cuidan bien. Cuando me quedo allá, lo hago en la que por casi 20 años fue mi pieza. En la noche prendo el fuego de la salamandra, recorro la casa y la siento llena de recuerdos y de fantasmas del pasado. Es cuático.
El jardín es solo tierra y ha crecido maleza en los maceteros. La enredadera la cortaron y el parrón está escuálido y medio mustio. Todo es silencioso. Lo bueno es que ella está bien, dentro de sus posibilidades, donde está. No quiere salir del depa y su cabeza está del color de los ajos. Con los lentes y su pelo corto tiene un aire a Andy Warhol. El sábado fuimos en el auto con la Cecilia y la idea era sacarla a pasear. No quería, tuve que sacarla a la fuerza; ya, nada de weas, no te vas a quedar encerrada el resto de tu vida aquí, vamos....me rasguñó, pero al final la saqué igual no más, la metí al auto y nos fuimos a pasear a Lo Miranda, un pueblo cerca de Rancagua donde teníamos una casa de veraneo cuando yo era niño. El pueblo ya no es igual. Las calles están pavimentadas y todo se ve más urbanizado. Pero pude encontrar los caminos y fue grato; mamá estaba contenta y lo disfrutó también.
Cuando compro los pasajes en el terminal, o cuando me tercio con un portero me dicen "joven"..."Adelante, joven", "Buenos días, joven", "De nada, joven"...y a mi me da risa.
Ya no soy joven. El futuro de mi juventud ya se fue. Soy un adulto, un hombre. Lleno de contradicciones, inseguridades y fantasmas. Intenso a rabiar, alerta, con un niño escondido. Como todos. La vejez está a la vuelta de la esquina. La vejez y la muerte. Y voy corriendo: la sonrisa de mi madre me lo dice. No hay esperanza, no hay tristeza: es así nada más. Debe ser bueno si así es. Era polvo y volveré al polvo pronto, dentro de unos años. Mientras tanto exprimo la vida. Tanto la exprimo que me saqué la chucha en bicicleta hace poco, pero me gustan mis cicatrices. Me siento en la cresta de la ola aunque el espejo cada mañana me susurra "Memento mori...".
Ese es tu enemigo, hijo de puta. Una parte de él.