A eso de los 17 me recuerdo como en expansión, como abierto a absorber mucha información y con un apetito ingenuo y candoroso de conocimiento, intensidad y plenitud. Tenía pocas cosas claras, entre ellas que no me gustaba Rancagua y que había que buscar la manera de salir de ahí. Pero también cosas positivas, como que me gustaba la música, el arte y otras inutilidades, y que sentía un profundo interés por las cosas espirituales.
Por entonces participaba en un movimiento juvenil católico, pero debo decir que más por su cultivo del desarrollo personal y por la cuestión social de alternar y conocer otros jóvenes. Llegando a la parte en que a uno lo querían atraer de nuevo a la Iglesia con misa, curas, confesionario, etc., no pescaba, era crítico…
Me interesé en las filosofías orientales (más bien en sus sucedáneos), la reencarnación y esas cosas con las que uno se engrupe en esa etapa y que tenían tribuna en revistas más o menos chantas, pero atractivas, como “Uno mismo” (la más respetable) hasta “Predicciones” (una verdadera mierda para consumidores compulsivos de esoterismo). Claro, es atractivo pensar que uno ha tenido vidas anteriores o que es posible comunicarse con los muertitos. Hablaba con curas y personas religiosas, pero llegaba un punto en que las explicaciones se quedaban cortas y se apelaba a una forma de fe que a mi me parecía más bien credulidad. Por ejemplo, eso de que Jesús había muerto por nosotros, por uno, era una idea extraña…¿qué quería decir eso cuando todos sabían que él había muerto hacía casi 2000 años atrás y harto lejos de Chile?¿Cómo conectaba eso con el presente?. Parecía una bonita frase hecha, nada más.
Muchas preguntas y pocas respuestas. Una ex me invitó a una reunión de un grupo evangélico, a la que fui. No me gustó mucho, aunque se lo tomaban más en serio que los otros. Me cargó esa inclinación al canto y al baile que no iba con mi forma de ser, más reservada. Era el mismo vacilón de las tocatas, pero canuto, y a mi la euforia me va en otro tipo de situaciones, no en lo religioso.
Paralelamente un amigo estudiaba la Biblia con los Testigos de Jehová (sí, esa gente que pasa a molestar a las casas en la mañana cuando ud está ocupado o quiere dormir), a quienes hasta ese momento yo identificaba como una rama más del protestantismo. Fui a una sesión también por curiosidad. Quedé sorprendido por la claridad y consistencia de las respuestas y los argumentos que esgrimían, todos extraídos de la Biblia. Se las sabían por libro, literalmente, y resultaba evidente aventajaban con creces al resto. Para cada pregunta tenían una respuesta sólida, o al menos bien fundada en ese libro que, hasta el momento, yo había considerado una obra antigua, larga y poco atractiva. Y si se les sacaba de ese terreno los locos se manejaban igual, o sea, se notaba que estaban bien preparados. Sorprendido por mi hallazgo me dediqué a estudiar las religiones en general y el cristianismo en particular por varios años, cotejando, contrastando y enfrentando versiones. Me sorprendió sobre todo el hecho de que un montón de doctrinas sostenidas por la tradición cristiana desde antiguo carecían completamente de apoyo en el libro que se suponía era la base de todo aquello y eran más bien producto de la tradición, y que el mismo libro presentaba particularidades que lo acreditaban, hasta donde uno podía razonar, como lo que pretendía ser según sus propios textos: un libro inspirado por el de arriba, no de simple factura humana. A riesgo de resultar latero cito un par de ejemplos puntuales: su exactitud histórica y el pasaje del libro de Isaías en que se refiere al “círculo” o “esfera” de la Tierra en tiempos en que ese hecho científico, que la Tierra es redonda, era ignorado.
Quiero aclarar que no es un misterio para este humilde servidor lo que ud, lector, debe estar pensando: “pobrecito, se lo engrupieron….”, y no me resulta extraño, puesto que supongo que en su posición yo hubiese pensado lo mismo, pero, para que me entienda, agregaré simplemente que, en general, no darles la razón en la mayoría de lo que discutíamos habría sido sostener militante y parcialmente una posición conservadora y escéptica más allá de lo razonable, y a mi me interesaba la verdad sobre estos asuntos, no ganar la discusión. En eso me ayudó mi posición neutral respecto del tema, por lo que no me sentía, digamos, amenazado ni vulnerado cuando las evidencias respaldaban un punto de vista reñido con mis creencias de entonces.
En eso me vine a estudiar a la U, y, cuento corto, me fui convenciendo de que había encontrado, sino la verdad, al menos lo más parecido a ella que parecía existir. Eso fue comprometiendo gradualmente mi corazón y mi visión de la vida, de manera que llegué al punto en que me vi enfrentado a hacer lo que entendía que debía hacer al cachar todo lo que cachaba, o a hacerme el de las brevas. Entendía, entre otras cosas, que Dios era una persona real y que esperaba que uno viviese con arreglo a sus leyes que eran para protegerlo a uno. Por ejemplo, si D mandaba mantenerse alejado de algunas conductas, digamos fornicar, drogarse o ser violento, no era por ser hinchapelotas y fome, sino por preservarlo a uno de las consecuencias negativas derivadas de tales prácticas.
Suena razonable ¿no?.
Bueno, con el tiempo empecé a relacionarme más estrechamente con mis nuevos amigos y mi vida se fue adecuando a lo que entendía era lo correcto. Recuerdo que dejé de carretear y los sábados por la noche salía a caminar por la ciudad, y mientras miraba el mundo a mi alrededor pensaba en lo afortunado que era al saber lo que sabía, y veía en las miserias del mundo el presagio de su próximo fin. Mientras más observaba el estado del mundo me quedaba más claro que no tenía arreglo. Los seres humanos no eran capaces de arreglar el pastel, aunque toda la publicidad del universo y los mensajes presidenciales año tras año pregonaran a gritos lo contrario. Tampoco servían de mucho las buenas intenciones de las personas con buenas intenciones para dar un giro decisivo al torpe rumbo de la raza humana, pues el proceso de disolución estaba avanzado y los que tenían la sartén por el mango se iban a ir a la tumba sin soltarla y eran capaces de cualquier cosa por conservar sus privilegios. Sin mencionar que no es posible detener la mquinaria endemoniada del mundo sin producir una debacle de proporciones bíblicas.
Muchas preguntas y pocas respuestas. Una ex me invitó a una reunión de un grupo evangélico, a la que fui. No me gustó mucho, aunque se lo tomaban más en serio que los otros. Me cargó esa inclinación al canto y al baile que no iba con mi forma de ser, más reservada. Era el mismo vacilón de las tocatas, pero canuto, y a mi la euforia me va en otro tipo de situaciones, no en lo religioso.
Paralelamente un amigo estudiaba la Biblia con los Testigos de Jehová (sí, esa gente que pasa a molestar a las casas en la mañana cuando ud está ocupado o quiere dormir), a quienes hasta ese momento yo identificaba como una rama más del protestantismo. Fui a una sesión también por curiosidad. Quedé sorprendido por la claridad y consistencia de las respuestas y los argumentos que esgrimían, todos extraídos de la Biblia. Se las sabían por libro, literalmente, y resultaba evidente aventajaban con creces al resto. Para cada pregunta tenían una respuesta sólida, o al menos bien fundada en ese libro que, hasta el momento, yo había considerado una obra antigua, larga y poco atractiva. Y si se les sacaba de ese terreno los locos se manejaban igual, o sea, se notaba que estaban bien preparados. Sorprendido por mi hallazgo me dediqué a estudiar las religiones en general y el cristianismo en particular por varios años, cotejando, contrastando y enfrentando versiones. Me sorprendió sobre todo el hecho de que un montón de doctrinas sostenidas por la tradición cristiana desde antiguo carecían completamente de apoyo en el libro que se suponía era la base de todo aquello y eran más bien producto de la tradición, y que el mismo libro presentaba particularidades que lo acreditaban, hasta donde uno podía razonar, como lo que pretendía ser según sus propios textos: un libro inspirado por el de arriba, no de simple factura humana. A riesgo de resultar latero cito un par de ejemplos puntuales: su exactitud histórica y el pasaje del libro de Isaías en que se refiere al “círculo” o “esfera” de la Tierra en tiempos en que ese hecho científico, que la Tierra es redonda, era ignorado.
Quiero aclarar que no es un misterio para este humilde servidor lo que ud, lector, debe estar pensando: “pobrecito, se lo engrupieron….”, y no me resulta extraño, puesto que supongo que en su posición yo hubiese pensado lo mismo, pero, para que me entienda, agregaré simplemente que, en general, no darles la razón en la mayoría de lo que discutíamos habría sido sostener militante y parcialmente una posición conservadora y escéptica más allá de lo razonable, y a mi me interesaba la verdad sobre estos asuntos, no ganar la discusión. En eso me ayudó mi posición neutral respecto del tema, por lo que no me sentía, digamos, amenazado ni vulnerado cuando las evidencias respaldaban un punto de vista reñido con mis creencias de entonces.
En eso me vine a estudiar a la U, y, cuento corto, me fui convenciendo de que había encontrado, sino la verdad, al menos lo más parecido a ella que parecía existir. Eso fue comprometiendo gradualmente mi corazón y mi visión de la vida, de manera que llegué al punto en que me vi enfrentado a hacer lo que entendía que debía hacer al cachar todo lo que cachaba, o a hacerme el de las brevas. Entendía, entre otras cosas, que Dios era una persona real y que esperaba que uno viviese con arreglo a sus leyes que eran para protegerlo a uno. Por ejemplo, si D mandaba mantenerse alejado de algunas conductas, digamos fornicar, drogarse o ser violento, no era por ser hinchapelotas y fome, sino por preservarlo a uno de las consecuencias negativas derivadas de tales prácticas.
Suena razonable ¿no?.
Bueno, con el tiempo empecé a relacionarme más estrechamente con mis nuevos amigos y mi vida se fue adecuando a lo que entendía era lo correcto. Recuerdo que dejé de carretear y los sábados por la noche salía a caminar por la ciudad, y mientras miraba el mundo a mi alrededor pensaba en lo afortunado que era al saber lo que sabía, y veía en las miserias del mundo el presagio de su próximo fin. Mientras más observaba el estado del mundo me quedaba más claro que no tenía arreglo. Los seres humanos no eran capaces de arreglar el pastel, aunque toda la publicidad del universo y los mensajes presidenciales año tras año pregonaran a gritos lo contrario. Tampoco servían de mucho las buenas intenciones de las personas con buenas intenciones para dar un giro decisivo al torpe rumbo de la raza humana, pues el proceso de disolución estaba avanzado y los que tenían la sartén por el mango se iban a ir a la tumba sin soltarla y eran capaces de cualquier cosa por conservar sus privilegios. Sin mencionar que no es posible detener la mquinaria endemoniada del mundo sin producir una debacle de proporciones bíblicas.
No había gobierno capaz de dar vuelta la tortilla, excepto uno que viniera directamente de arriba, y eso era lo que estaba prometido en famoso librito, que profetizaba una intervención del Jefe cuando la mansaca que estaba dejando la humanidad estuviese en su punto álgido.
Llegaba a casa lleno de gozo y excitación, sintiéndome en posesión de un conocimiento que deseaba compartir, y la alegría desenfrenada de la bohemia me parecía fatua y carente de alegría real, era más bien, según la veía, como una forma de evasión y disolución ante una vida sin propósitos ni objetivos en un mundo que hacía agua por los cuatro costados. Oraba, buscando la intimidad con Dios, y mi carrete era levantarme temprano para asistir a las reuniones cristianas, donde recibía instrucción y compartía con los que había llegado a considerar como mis hermanos. Era bonito eso. Estudiaba regularmente las Escrituras y me sentía luminoso por dentro y por fuera. Llegué a creer de nuevo en el Diablo como un espíritu opositor y maligno en cuyo poder se debatía el triste remedo de la verdadera vida en que se había convertido hacía ya milenios la historia humana, y me sentía continuador de una larga fila que se remontaba a la antigüedad remota, a los que habían muerto en las arenas del circo romano y a los primeros seres humanos inclusive…
Recuerdo que en una oportunidad tuve una experiencia religiosa (a lo Enrique Iglesias) de carácter medio místico. Iba bajando el cerro Alegre, donde vivía entonces, una mañana de domingo, pensando en no me acuerdo qué y de repente me quedé pegado al pensar en el sol que brillaba arriba mío. Sentía su caricia tibia sobre mi piel y veía su luz derramarse sobre la ciudad y a lo lejos el mar, y percibí una presencia inmensa pero cercana, inquietante y terrible, pero amorosa y amiga, que sin mostrarse directamente iba conmigo y se dejaba ver a través de su creación: era como Dios en persona que parecía guiñarme un ojo y decirme “Me quedó bueno, ¿ah?...tranquiiilo, mijito. Sí. Yo hice todo esto; y sé que Ud es buen chato y me quiere, y yo también lo quiero. Y lo cuido, así que no se preocupe. Siga así no más”. No con esas palabras, pero más o menos eso.
concluirá
Recuerdo que en una oportunidad tuve una experiencia religiosa (a lo Enrique Iglesias) de carácter medio místico. Iba bajando el cerro Alegre, donde vivía entonces, una mañana de domingo, pensando en no me acuerdo qué y de repente me quedé pegado al pensar en el sol que brillaba arriba mío. Sentía su caricia tibia sobre mi piel y veía su luz derramarse sobre la ciudad y a lo lejos el mar, y percibí una presencia inmensa pero cercana, inquietante y terrible, pero amorosa y amiga, que sin mostrarse directamente iba conmigo y se dejaba ver a través de su creación: era como Dios en persona que parecía guiñarme un ojo y decirme “Me quedó bueno, ¿ah?...tranquiiilo, mijito. Sí. Yo hice todo esto; y sé que Ud es buen chato y me quiere, y yo también lo quiero. Y lo cuido, así que no se preocupe. Siga así no más”. No con esas palabras, pero más o menos eso.
concluirá