El texto a continuación lo escribió Eduardo Subirats, filósofo catalán, con el que me gustaría estudiar si hiciera un doctorado. Su pensamiento refleja mucho mi visión del estado actual del mundo y de la historia (guiño al Chopa y a los historiadores en general). Ayer me levanté, salí a la calle a oir puras malas noticias: vi los bombardeos israelíes sobre el Líbano por televisión mientras miraba carátulas de discos que hacían apología del mal, la muerte y la destrucción. La tele mostraba niños heridos siendo atendidos en los hospitales libaneses. Después, George Bush mete la pata nuevamente en la cumbre del g-8 en San Petesburgo. El sacohuea olvida o ignora que hay micrófonos abiertos en torno suyo y suelta a Blair, creo, una pachotada que lo pone en evidencia como el siniestro simio hijo de puta que es. En fin, que siga paveando y ojalá que alguien atine y lo ponga a mirar crecer el pastito desde abajo. "El siglo" denuncia como un fraude un conjunto de medidas del gobierno de Chile, acusan que pretextando traer la anhelada y necesaria justicia social que ese país requiere, solo profundizan el modelo, o sea: más mentiras y artimañas, traición a sus representados. En Viña brilla el sol, hace calor como si fuera verano, casi. Es invierno, pleno invierno...¿trantornos climáticos?¿el efecto invernadero?. Pero yo ando de buen humor. Siento que me estoy convirtiendo en uno de esos viejos jubilados observadores del espectáculo de la historia. A propósito, la foto la tomé hace unos días mientras llovía y ocurrían tragedias por desbordes de agua en el sur del país. Bueh...ahí va el texto, no para deprimir a nadie, sino para reflexionar.
Publicado en EL MUNDO, 5 de abril de 2002
Las guerras del fin de la historia
EDUARDO SUBIRATS
"La trivialidad de los discursos posmodernistas de las dos últimas décadas anunciaba el enmudecimiento intelectual frente a la crisis global que vivimos hoy. Primer motivo: final de las utopías sociales.La bancarrota de los movimientos pacifistas, y de los proyectos de socialistas de los años 80, y la deconstrucción sistemática de los proyectos de redefinición de soberanía nacional y social por parte de las elites del Tercer Mundo contempla hoy sus últimas consecuencias. Hoy los cuadros de destrucción ambiental, de hambre y muerte, los movimientos migratorios de millones de humanos, y la corrupción política y la violencia militar y paramilitar que se ampara en este desorden mundial se ha vuelto obscenamente visible. Se censuran sus imágenes y las voces de desesperación de una devastación humana que no tiene precedentes en los grandes genocidios históricos del colonialismo europeo. Las frases caritativas que eventualmente pronuncia la burocracia política y financiera globalista sólo añaden cinismo a sus estrategias militares y económicas de expolio y extorsión.
Deterritorialidades. Esta fue otra de las palabras de orden del discurso posmodernista. Asociada con las imágenes de un capitalismo transnacional, sus administraciones globales y sus poderes móviles.Asociada con la deconstrucción de los discursos políticos. Esta implantación de las redes de poder deterritorializado es hoy un hecho cumplido y una nefasta banalidad. Para las estrategias de la guerra global no existen fronteras. Amazonia es un paradigma.Los mercenarios de la guerra global dirigen y vigilan in situ las operaciones militares de Perú, Ecuador y Colombia. Probablemente también en Brasil. Desarrollan en estos escenarios las mismas estrategias para las que han sido entrenados en Africa o el Sudeste Asiático. Síntesis de guerra sucia y hightech. Soberanías nacionales son un arcaísmo siempre que no se traten de países ricos.
La liquidación financiera de Argentina bajo los auspicios de una democracia corrupta y las estrategias irresponsables de los bancos mundiales interesados en incrementar hasta el colapso las deudas externas del Tercer mundo es un paradigma. El mismo principio ha arrasado Ecuador, está estrangulando socialmente a Brasil con una masa de treinta millones de humanos financieramente condenados a la extinción, y mantiene en la cuerda floja la llamada transición democrática de México. La burocracia multinacional de los bancos mundiales y los representantes de los superpoderes dictan directamente las políticas económicas de expolio y libre comercio, al mismo tiempo que resguardan el baluarte proteccionista de los países ricos. Las escenas de un funcionario de la Casa Blanca dictando lo que el próximo presidente democrático de Brasil tiene que hacer en materia social y económica, al tiempo que justificaba la imposición de tarifas arancelarias a los aceros y productos agrícolas de aquel país son un acto de intromisión que resulta bochornoso incluso para quienes asumían ayer la inevitabilidad de los golpes de Estado fascistas patrocinados en nombre de la Guerra Fría.
El tercer mito posmoderno fue la aldea virtual, la suplantación del cuerpo social por la masa electrónica, el fin del sujeto en la aldea global, y la mirada transparente o vacía que definía una nueva condición existencial y existencialista. Hoy ya podemos trazar una secuencia de esta condición decadente de la civilización moderna. Guerra del Golfo Pérsico: la aldea electrónica perpleja y fascinada ante la transubstanciación mediática de la destrucción total, de lo que fue un real bombardeo masivo que sembró un país entero con miles de toneladas de uranio enriquecido de efectos letales a largo plazo, en un fascinante video game. Guerra de los Balcanes: espectáculo de un crimen masivo sistemático: violaciones organizadas de mujeres, bombardeo sistemático sobre la población civil durante largos años, frente a una opinión pública programadamente pasiva. El terror como evento mediático que no establece diferencias entre guerras sucias de paramilitares entrenados y armados por los países ricos que actúan bajo su vigilancia en las selvas de Asia, Africa y América latina, los guerreros suicidas del Jihad y las estrategias tecnológicamente limpias de las guerras en las estrellas han impuesto la parálisis universal de la sociedad llamada civil. Chechenia: la síntesis de guerra tecnológica y total, y guerra sucia, ante la completa pasividad de la aldea global. Hoy se anuncia una extensión indefinida de las guerras regionales a escala global, una militarización de todos los conflictos económicos y sociales generados por un rotundo fracaso social de la globalización económica patrocinada por los G-7.
Es bajo esta perspectiva que tiene que verse también el evento del 11 de Septiembre. No me refiero al ataque suicida al centro simbólico del poder capitalista y militar mundial por parte de Al Qaeda. Sino al evento electrónico manufacturado a partir de este ataque. Su transformación en un grandioso ritual primitivo de sacrificio, un nacionalismo agresivo y la continua y progresiva propaganda de guerra. El 11-S se ha convertido en un ejemplo de movilización de la masa electrónica planetaria para la legitimación de un quimérico proyecto de constituir un superpoder mundial atómico, cuya primera formulación fue expuesta el día siguiente del lanzamiento de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki como su significado último y verdad absoluta, y que entre tanto ha regido los sangrientos derroteros de la llamada Guerra Fría.
Cuarto: las consignas de multiculturalismo. Heredera del concepto ilustrado de tolerancia, la jerga multiculturalista, a la vez académica y militar, sirve a sus mismos objetivos colonizadores que aquella. En su nombre se ha creado una cultura global perfectamente uniformada, perfectamente interligada burocráticamente y perfectamente controlada semánticamente. Las mismas exposiciones, los mismos museos, el mismo pensamiento único, se trate de economía política o crítica literaria, se reproduce hasta la saciedad lo mismo en las universidades de Perú o de Angola, en la Bienal de Sao Paulo que en el Guggenheim de Bilbao. El resultado es la obstrucción y la destrucción de memorias, inteligencias y culturas locales, la uniformización de saberes históricos de civilizaciones milenarias, y la creación de una nueva burocracia y una nueva censura de alcance mundial.
Y para acabar pronto esta lista de categorías históricas terminales, una conclusión final o del final de la historia como conclusión.Este final de la historia fue, como es muy sabido, una ilusión global expuesta por el neoliberalismo norteamericano. Pero el final de la historia es, en realidad, una vieja consigna apocalíptica, formulada primero por el imperialismo cristiano español o refundido más tarde por el milenarismo nacionalsocialista alemán bajo el signo de la construcción de siempre repetidos órdenes mundiales y globales. En sustancia esta doctrina quiere decir que cuando todo el orbe sea cristiano o cuando todo el globo se haya convertido a la propaganda construida por la media corporativa, la Humanidad obediente alcanzará la felicidad, ya como consumidores del reino de Dios, ya como beatos del paraíso neoliberal.
La ilusión de este sometimiento del mundo a una sola ley ha significado, desde la era de las cruzadas, su primera formulación, un «choque de civilizaciones», según la expresión de otro intelectual asociado con la administración de nuestro nuevo orden mundial. El concepto de choque es un eufemismo en este contexto. En realidad quiere decir, que no puede imponerse el sistema civilizatorio occidental sin resistencia de aquellos para los que esta felicidad absoluta significa destrucción ambiental, miseria y degradación a una existencia infrahumana. Obviamente entonces vienen los choques, vienen las guerras, llega la hora del terrorismo. Y las guerras cruzadas imperiales de ayer y las cruzadas globales de hoy.
Bajo esta perspectiva me parece reveladora la definición oficial del nuevo discurso de guerras globales indefinidas como guerra de civilización, y que a esta guerra se le otorgue además la dimensión simbólica de una guerra trascendente del Bien contra el Mal, es decir, una guerra santa, una cruzada en el sentido del maniqueísmo cristiano más arcaico. Es una guerra que abraza no solamente una estrategia militar o una tecnología armamentista específica. Ella define además un proyecto civilizatorio. Un proyecto que es global y totalitario, y que se presenta administrativa y mediáticamente como un orden necesario, incuestionable y perfecto.Una guerra apocalíptica del cumplimento final de los destinos de la civilización cristiana y capitalista, de sus valores de libertad, de poder, de orden, de razón. El final de la historia.
Ciertamente, la producción corporativa de realidad electrónica no puede ocultar que este orden politicoeconómico arde por sus cuatro costados generando el sufrimiento y la muerte de millones de humanos y abriendo una perspectiva global precisamente fundada en el terror: controles electrónicos de la sociedad civil, degradación de la democracia a espectáculo corporativamente manipulado, violencia y corrupción a gran escala, miedo y vacío. De hecho, las nuevas guerras globales no esconden su carácter reactivo. Son la expresión última de este sistema cuando ya nada lo puede legitimar ni sostener más que la militarización de los conflictos sociales, como en el caso de Colombia, y el terrorismo desesperado y suicida, como los dos aspectos opuestos pero precisamente también complementarios de nuestra crisis histórica. Las consignas propagandísticas de democracia o civilización que abanderan la militarización del planeta ya no pueden ocultar tampoco la imposibilidad técnica de definir un sistema social y económico justo a la misma altura global con que se miden las estrategias de guerra mundial indefinida.
El programa del final de la historia define también el estado de parálisis intelectual, la ausencia de proyectos artísticos o sociales, el vacío existencial que domina en los centros de decisión cultural global. Define un nihilismo integral ligado a la concentración de poder tecnológico y financiero. Este vacío exige un cambio radical en nuestra forma de pensar globalmente y en la definición de nuestro futuro."